KEEP CALM AND WATCH OUT RACISM (Versión Corta)


Decidí emprender, nuevamente, un viaje por rumbos completamente desconocidos, y cuando digo desconocidos quiero decir, totalmente fuera de mi boceto de viaje por Latinoamérica: Brasil. Durante el mes de enero en el Valle Sagrado de los Inkas, en la Provincia serrana de Cuzco, al sur de Perú, mi amiga y hermana de corazón, Ángela, me compartía su deseo de viajar juntas por Brasil una temporada próxima.

Celebro mi alma nómada que en la pureza del espacio entre una respiración y otra, encontró el sonido y la vibración para susurrar en clara y alta voz, “Vamos” tres semanas atrás.

Así que cruzamos desde la Amazonía en la frontera Iñapari, Perú – Assis Brasil, Brasil hasta la perfecta y cálida vorágine de la gran metrópoli de São Paulo, para llegar a un pequeño y sorprendente rincón de paraíso en Parachy –a quien dedicaremos otras entradas–.

Si lo soñé o vi alguna imagen similar en revistas, sería mi recuerdo muy vago comparado con la real belleza que emana cada pequeño detalle que lo manifiesta ante todos mis sentidos. Sentidos que también atravesaron muchas discusiones personales, y sociopolíticas, muchos escenarios que me contrapusieron y abrieron algunas heridas para llegar aquí: al tesoro al final del arcoíris. 

En São Paulo me reencontré con una gran herida maestra: el racismo. El racismo punzante y sutil, el racismo afilado y alerta, el racismo suspicaz, astuto y veloz que entra suave como hoja de cuchillo, y te permite reconocer la profundidad de su intervención hasta que sale del cuerpo y brota la sangre de la piel sin parar.

Mi amigo y hermano, Ausar, me había advertido sobre esta situación. Y aunque he aprendido a mirar estas situaciones con sabio discernimiento, hay ocasiones que me sobrepasan, mi cuerpo se acalora, mi corazón se enciende y la voz, simplemente, quiere estallar, quiere consolar y ser consolada, quiere sentirse escuchada y comprendida.

En esta ocasión, el racismo me dejó, principalmente, dos hermosas lecciones. La primera es que, claramente, es un tema delicado el cual no puede hablarse con todas las personas. La segunda es que para hablar sobre racismo, y cualquier otro tema, la mejor forma es hablar con calma.

El racismo es una herida histórica, psicosocial y política muy profunda, pues lleva muchos años de existencia. Ridícula, estúpida, surreal, pueden ser adjetivos muy déspotas, despectivos y redundantes. Como decir que es una herida por la que tenemos que atravesar para sanarla, la cual puede llevar «su tiempo» y un ritmo muy personal, puede ser muy condescendiente. Todo depende desde la perspectiva desde la cual se interprete. (También profundizaré más poco a poco en próximas entradas).

Por lo mismo es que los discursos sobre el racismo son muy aguerridos. En muchas ocasiones con una tendencia impositiva para convencer a la otra parte. ¿Convencer? ¿Convencer de la existencia de las mayorías y las minorías?, ¿del volumen de la masa de las minorías?, ¿de los neo disfraces del esclavismo?, ¿o puedo vertir mi pasión al referirme a la situación como «las prácticas rezagadas del esclavismo»? Como un rezo.
 
Como canta Ana Tijoux, «Yo no vine a convencer a los convencidxs, ni a predicar a los que se sienten perdidxs. Yo vine a compartir con quien haya entendido que la pelea empieza por el nido».

Un rezo en mi expresión porque la palabra es la creación de la materia, y el cultivo de mi armonía con el corazón y la vibración del amor. Aquella que hemos olvidado por sumergirnos en las fantasías de nuestras creaciones. Porque, oh, sí, somos magnificentes creadores de la realidad.

Miremos todo lo que hemos creado desde los años noventa, cómo hemos revolucionado la tecnología, las relaciones sociales, la economía, la era digital. Somos realmente «una raza» muy poderosa. «Una raza».

 

«Raza», mi hermano/a/e, mi gente.
«Raza», mi mente.
«Raza», mi coraje.
«Raza», mi espacio.
«Raza», tú, yo, todxs.
 
«Raza», que aunque pensemos diferente,
aunque no quieras escucharme,
puedes respetarme,
puedo respetarte.
«Raza», con diversidad de habilidades,
«Raza», con diversidad de expresiones.
 
Mira las flores,
mira las aves,
tantos colores,
tantas pronunciaciones,
tantas conexiones.
 
Mira las neuronas,
mira las ramas,
mira por debajo de la superficie.
Mira mis múltiples caras,
mira mi emblema,
mi alma se desnuda.
 
Y si no puedes mirar,
no mires.
 
Si no puedes mirar,
entonces tú allá, yo acá.
Y en mi rezo, 
la mamá cósmica te bendecirá.

Me concentro en lo que puedo aportar,
me convierto en esencia natural,
como garúa que riega el mar,
como humedad que germina,
como rayo de sol que despierta
valles de flores en la floresta. 

Así te amo,
así te cuido,
en silencio,
en tempestad,
en dulzura.

Mi «Raza».
 
 
Gracias, Brasil. Por este primer avistamiento de tu grandeza y belleza cuando falas sobre los derrumbes que traen consigo las lluvias constantes. Gracias, Abuelita Agua por tu sabiduría. Gracias por tu presencia en el mar, en el vapor, en la humedad, en las cachoeiras. Gracias, Yemayá, Oxun, orishas. Gracias, Flujo majestuoso del Misterio Eterno.  
 

 

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